top of page

Poesía y otros placeres

 

En este pequeño rincón podéis encontrar pequeñas joyas - o no tan joyas - de mi autoría. En realidad son tan solo algunas locuras que surgen en momentos de sencillamente cojer hoja y boli y comienzar a escribir. Aún así no podía dejarlas de lado, en serio, me miraban con unos ojitos de corderillos... que tuve que buscar un hueco para ellos en algún lugar de esta solitaria página. Para el deleite de aquellos que estiman las pequeñas y simples cosas de la vida.

Una simple canción del olvido

 

¿Podrá el sol brillar esta noche

 y arderán mis lágrimas?

Yo cantaré por ti… tu no llores.

Yo lloraré por ti aún si el desierto me consume.

 

Cristales rotos abrazan mi corazón.

Si una flor marchitara,

¿debería marchitar la otra?

 

Ahh, de nuevo, mi voz no se escucha,

dime esas palabras al oído.

Mi grito se ahoga en la boca de la noche,

de nuevo, ¿por qué en tus pupilas no me reflejo?

 

¿Podrá el sol brillar esta noche

y arderán mis lágrimas?

Yo soñaré por ti… tú no mueras.

Yo moriré por ti aún con mi corazón seco.

 

¿Podrán nuestras sonrisas en la brisa

acariciar tu alma?

Yo recordaré por ti… tú no me ames.

Te amo, yo recordaré por ti.

 

La agonía por fin se consumirá

y el amor se diluirá en aquellas pasadas cartas.

La melodía eterna se extinguirá…

Ahh, tan hermosa.

 

Si solo yo puedo recordarte,

Aun así, ¿me recordarás?

 

 

 

¿Podrá el sol brillar esta noche

y arderán mis lágrimas?

Yo cantaré por ti… tú no llores.

Yo recordaré por ti… si…

 

¿Podrá mi voz tocar tu espalda,

estos instantes, puedo solo tomar tu mano?

Yo soñaré por ti… tú no mueras.

Yo te amaré aunque tú no puedas.

 

Ahh… por favor dime,

Susúrrame, mírame y dime.

 

¿Podrán algún día las flores florecer? Te amo…

¿Puedes recordar cuando nos conocimos? Te amo…

La rueda del tiempo se ha detenido, ¿volverá a girar?

 

Mi llanto se ha congelado y el “por siempre”

que creí real se ha esfumado.

Junto a mi este amor está siendo aniquilado,

aun así, ¿puedes por un momento tomar mi mano?

Inseguridad

 

Te miro. Te miro y todo es tan complicado. Puedo observar tu imagen en la sombra, ellas te envuelven, ellas te miman, ellas te adoran. Danzan a tu alrededor, un bello abanico de tonos grisáceos, un cielo nebuloso... parece que va a llover. Te miro a los ojos y, de repente, percibo la luna, dos lunas, tus ojos que como esferas luminosas me roban el aliento. Y si alguien me lo permitiera, te juro que mi corazón se desharía en mariposas y estas te seguirían al infierno; si alguien me permitiera sumergirme en tu - ¿verde, azul, marrón? Hermosa...- mirada por toda la eternidad... no necesitaría nada más.

 

De nuevo, te miro. Y joder, todo es tan sencillo. Tu rostro sonriente es como una encantadora flor encendida, me agito, provocas en mi tanta agitación que no se como manejarla. Soy tan feliz, deseo verte feliz. Cuando me hundo en tus brazos siento como si una marea cálida se extendiera a mi alrededor, siento una llama traviesa revoloteando en mi interior, gritando nerviosa y excitada porque no quiere apagarse nunca, no quiere que te vayas. Te busco el pulso, la más bella melodía.

 

Tengo miedo. Siento tener miedo. Siento no controlarme.

 

Tantas cosas diría y mira, no se siquiera que ya he comenzado. Solo se que te miro y, a veces, siento ganas de llorar mientras que otras, la gran mayoría, solo quiero reír. A veces... a veces los cristales se rompen, hacen ruido. Si los mirara, vería reflejadas tonterías, un cúmulo de sin sentidos e inseguridades. Yo... yo realmente soy una persona estúpida, y lo siento tanto. Tú... tú realmente me amas.

Rosas, rosas y más rosas. Sonrisas, ríos, estrellas, una mano... Todo. Perdóname, lo intento, lo intento. Es difícil.

 

Eres...

 

Te amo.

 

...todo lo que puedo necesitar.

Apolo decreciente

 

Jamás, oh Apolo, tuviste tan fútil sentido.
Otrora ostentoso, te consumes ahora en deslucido delirio.
Resplandecen joviales un par de luciérnagas en dos manantiales,
dícese de oro líquido, que embellecen cielo e infierno e, 
iris de cristal y luna, el aleteo de mi corazón acunan.

 

Guirnaldas de guiños y sonrisas traviesas, de besos que anhelo;
oropéndolas en su letargo, ante su gemido alzan el canto.
Diablos, ¡de qué manera brinca juguetón como un niño!
Agitado, calmado. Distante, cercano. Sensitivo y tan cálido... muy cálido.
Ligeramente, inunda de intensos rubíes mis tímidas mejillas.
Ligeramente, su mirada a mi universo prende de una marea de estrellas encendidas.

El llanto de la noche

 

Hoy la noche se viste de luto. Su vestido, exento de cualquier tipo de abalorio, es opaco, sobrio y oscuro. Los diminutos diamantes que antaño refulgían entre serenas telas de obsidiana, ahora han sucumbido en el vacío. Y entre fantasmagóricos ritos, los festones han sido engullidos por sombras que se contorsionan, divertidas, en una mueca enloquecedora.

 

Hoy la noche está abatida. Lentamente se derrama sobre ciudades, bosques y mares; fluctuando a lo largo de angostos callejones de corrosivas intenciones. Entre risas y llantos, las lujuriantes sombras se bañan en vino tinto, y el chartreuse rezumando de sus bocas, engatusando su olfato con el sahumerio del pecado. Mientras, en un pandemónium de alabanzas, Dioniso se alza con una risa macabra y una vibración rojiza tiñendo su mirada.

 

Hoy, la noche tiene miedo. Su ojo abierto, blanco y magnánimo, vaga largamente entre ciénagas plagadas del miasma de la muerte, del odio y de un mugriento presente. Contempla, resignada, el corazón de la humanidad palpitando a través de la translúcida piel. Contempla el dolor, de una realidad enfermiza y decadente, recorrer como veneno los continentes que constituyen toda cuna de vida. Y ante tal visión, el hielo escarcha poco a poco su corazón.

 

La noche ya ha apagado la luz, pero las cadenas de su condena le impiden cerrar sus fatigados párpados y sumirse en la tan anhelada oscuridad. La noche ya no quiere ver más, pero los halos de su mirada desgarran el cielo con un pálido destello.

 

Y la función no acaba, y el escabroso espectáculo continúa. Un día, dos, tres... hambre, pobreza y maltratos. Ocho, nueve, diez... el febril anhelo de la noche dañino como la daga más afilada. Catorce, quince, dieciséis... La luna rompe en llanto mientras sus párpados se van cerrando.

 

La noche obtiene al fin su descanso.

Explosión

 

Las pisadas de sus suelas mojadas sonaban con el ruido del lodo cayendo. Era de noche. O al menos eso quería creer. Llevaba horas caminando sin rumbo, había cruzado el Gran Puente del Sagrado Señor, bajado por las estrechas callejuelas de los barrios más mustios y desalmados, había salteado iluminados locales y amplias calles con el neón refulgente, hasta que el bosque oscuro le había dado la bienvenida con su sonrisa macabra y su vacío escondido.

 

Un cuervo graznó a su lado como si fuera desplumado, mas él no se inmutó. No era más que una cáscara hueca, hueca y desvalida. Su rostro ojeroso se apreciaba a penas bajo la luz lechosa de la luna, sus mejillas encharcadas y sucias de polvo, lágrimas y otros tantos desastres sentimentales que había decidido ahorcar con sus propias manos. Ese dolor… ya no estaba, ahora no sentía absolutamente nada. Ladeó ligeramente la cabeza e inspiró. Silencio y calma, oscuridad. Lo cierto es que le envolvía una curiosa calma, una calma basada en la soledad, en la soledad que resultaba placentera, placentera porque te volvías inmune a los demás, a sus palabras, mentiras como escabrosas telas de arañas translúcidas que te amarraban, te amarraban y luego nada.

 

Su puño salió disparado contra uno de los árboles y trozos de corteza se desprendieron ante el impacto. El ruido del golpe y de algunas aves rompió momentáneamente la serenidad, pero enseguida todo volvió a su cauce. Gritó. Todo, todo volvía. Gritó de nuevo y un nuevo puñetazo sacudió el magullado tronco. La angustia, la inseguridad, la idea de que todos eran sombras oscuras sin rostro ni nombre, rostros que no sabías si reían divertidos o simplemente se reían en tu jodida cara. Gritó desgarradoramente con todas sus fuerzas, sin parar a pesar de su garganta irritada, no dando ni un respiro a sus puños magullados y llenos de heridas y astillas. Minutos después sus piernas flaquearon y él se desplomó junto al árbol, riachuelos de perlas que desembocaban en hierba seca.

 

Lo había conseguido. Una sonrisa apagada tiró de sus labios mojados de lágrimas.

 

Lo había conseguido y no sabía si eso era bueno o malo, pero como mínimo había recuperado algo que era suyo.

La lavadora

 

Mi cabeza daba vueltas dentro de la lavadora como alma sin resorte. Sin música, sin medios, sin luna de diciembre y año nuevo. Los sesos y entrañas me navegaban a la deriva de la ansiedad, la zozobra mal disimulada de un porvenir que vagaba en la linde entre lo sólido y efímero. Podía oír a mi madre gritar desde el comedor que invierno era invierno y estío era estío. Curioso. Otros discrepaban, sostenían que, tal vez, el invierno podía teñirse de pinceladas cálidas y frutos maduros, que un abrigo no siempre era necesario, que podías romper la firme muralla con solo un roce y buscar la luz, las llamas del verano a tu modo y no al de otros.

 

Mi cabeza nunca ha dejado de dar vueltas dentro de la lavadora en los últimos años. Un millar de agujas me perforan la garganta ante la asfixia de la que intento escapar. Porque los hilos de cada personalidad, cada sujeto, cada entidad, tiran de mi desintegrándome como títere en un juego de rol; ofreciédome opciones predecibles mas no anheladas, haciéndome sentir impotente.

 

Mi cabeza da vueltas dentro de la lavadora. Siento el olor a detergente como si fuera psicotrópico inundando mis neuronas. El agua, que más que agua semeja ácido del infierno o de una sociedad gregaria, entra por los orificios de mi nariz y de mis oídos, por mi boca, quemando todo a su paso: venas, arterias, es arrasado cualquier intento por acaparar una milésima de oxígeno que me haga dejar de delirar.

 

Esto es así. Jamás dejaré de delirar. Pues mi cabeza daba, da y dará vueltas dentro de la lavadora. O tal vez en medio de un océano embravecido y virulento en el cual no recuerdo haber acabado, ni cómo ni cuándo. O acaso, soy yo simplemente; y la lavadora, el mundo en el que vivía.

 

bottom of page